Imagínate la escena: un buen futbolista está a punto de chutar la falta y su propósito es despistar a la barrera. Intenta romperla o sortearla y buscar un resquicio para meter el golazo del partido y dar la victoria esperada a su equipo. No se le escapa un detalle. Su objetivo es la portería y el balón tiene que entrar. Se juega la fama y el cariño de la afición.
Así son las Navidades; permitídme la comparación. Tú y yo empeñados en poner una barrera a Dios, en llevarlo a las nubes -lejos... ¡qué no moleste mucho y no incomode demasiado nuestra vida!- y tenerlo "controladito" para nuestros ratos de necesidad (como nuestras abuelas se acuerdan de Santa Bárbara cuando truena) y así hasta la próxima. Cristianos de un poquito y no mucho. Y Dios se empeña en lo contrario, como el mejor jugador de la historia, buscando cualquier rendija para colarse y hacernos ver que con su Corazón al lado del nuestro la vida es increíble y apasionante. Nosotros luchando por resistir y Él incansable al desaliento, arriesgando para ganarnos, colarse a nuestro lado y hacernos felices.
Ése es el misterio de la Navidad: un Dios que no se cansa y nos busca. Y no se deja vencer por nuestros nones y sigue viniendo, aunque sabe que va a encontrar muchos de sus cristianos sin sitio en el alma para hospedarlo como las posadas de Belén hace dos mil años. Y su Madre la Virgen María y San José siguen acompañándolo, esperando ilusionados que algún día nos atrevamos a acoger al Amigo que nunca falla y nace estos días en la sencillez de un pesebre.
¡FELIZ NAVIDAD!
¡FELICES DÍAS EN FAMILIA!
Antonio Romero Padilla
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