viernes, 2 de noviembre de 2012

Comenzamos...

Tras unos meses en los que no hemos tenido reuniones con el sacerdote, el pasado viernes nos juntamos por primera vez. Gracias a Dios, y, a pesar del “break” estival,  muchos de los que estábamos el año pasado, continuaremos durante este curso. Sara y Carolina han regresado de sus estancias en el extranjero y María José se ha incorporado a nuestro grupo.
Supongo que esta buena aceptación corresponde al empeño que tuvo el Santo Padre de que la  Jornada Mundial de la Juventud no quedase en un recuerdo de unos días, sino que el espíritu se mantuviera vivo mediante el fomento de la formación doctrinal y el aprovechamiento de  las redes sociales para compartir noticias y mensajes sobre nuestra fe.
En nuestra primera reunión se trataron muchos temas. Quizá, lo que más me llegó  fue cuando se habló de la Corredención. He escuchado muchas veces esta palabra, pero pocas me había parado a reflexionar sobre su significado.
Cuántas veces habré leído la Pasión del Señor o habré visto películas sobre la vida de Jesucristo. Siempre me han conmovido las escenas de sufrimiento del Señor y creo que, humanamente hablando, hasta el corazón más tirano que pudiera haber en la tierra, no quedaría insensible ante éstas.
Si nos hemos metido de lleno en estas escenas, más de uno nos hubiera gustado haber aliviado el sufrimiento del Señor en esos momentos. Nos podemos imaginar muchas formas, como: ayudándole a llevar la cruz, curándole las llagas, secándole el sudor o cómo a cada uno se nos ocurra. Si además, pensamos que todo esto lo hizo el Señor por nosotros, que siendo inocente se entregó a una muerte de Cruz, para salvarnos, para concedernos el regalo de la vida eterna, con más razón todavía querríamos consolarle.

De alguna manera, eso mismo podemos hacerlo. Cristo  quiere la salvación de todos; desde el más santo hasta el más ruín. Pero quiere contar con sus amigos y por eso nos llama para ayudarle a llevar la cruz, para corredimir. Algunas veces nosotros nos ofrecemos voluntariamente, mediante nuestro propio sacrificio personal. Otras veces, Él se anticipa y nos manda “cargas” más pequeñas o pesadas. Pequeñas contradicciones o grandes sufrimientos. Pienso que cuando el Señor nos está mandando todo esto, de nuestra disponibilidad interior a quererlo, dependerá la salvación de muchos. Pienso que Cristo, en esos momentos, nos está diciendo algo así como: “Échame una mano”, “necesito que me ayudes”.
Esto me ayuda a entender el sentido del dolor y del sufrimiento humano. Dios quiere contar con  nosotros en su plan de salvación para todos los hombres. No quiere hacerlo sólo. Por ello, los cristianos no debemos estar tristes, sino alegres, siempre alegres. La buena disposición para aceptar la cruz es un sí al Señor en esa colaboración que nos pide. Y cuando somos generosos en nuestra entrega, Dios nos compensa con alegría y con paz. Son muchas las personas que conozco que, sabiendo que están cerca del Señor, llevan su cruz con gran serenidad.
No quiero terminar sin antes proponer que, ahora que ha empezado el año de la fe, podríamos marcarnos, cada uno,  pequeños objetivos, a lo largo del curso, para mejorar en nuestra vida interior. Por ejemplo, se me ocurre: rezar más minutos al cabo del día, confesar con más frecuencia, asistir a la Santa Misa dos o tres veces por semana... Es un año de conversión que pienso, debemos aprovechar y que, seguro que tendrá sus frutos gracias a la oración del Santo Padre y de otras muchas personas.
María de la Haba Ruiz

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