En las dos últimas sesiones de nuestro grupo de
los domingos en la Concepción Inmaculada de Sevilla hemos tratado un
tema muy interesante que en mayor o menor medida es bastante cercano
para muchos de nosotros. Este tema no es otro que
el de la reproducción asistida. Cuando un matrimonio intenta con
ilusión tener un hijo, fruto de su amor, pero este no llega se tiende a
la desesperación y la búsqueda de diferentes caminos para concebir esa
vida que tan feliz podría hacerlos.
Para ello existen varias alternativas médicas en
la actualidad, que suponen una gran oportunidad para estas parejas,
pero en ello la Iglesia nos da un foco de luz y esperanza diferente a la
tendencia generalizada de creer que cualquier
método es bueno si nos lleva al ansiado objetivo. Hoy en día todos
tendemos a pensar que podemos conseguir cualquier cosa con nuestro
esfuerzo económico y con el apoyo de la ciencia, pero tendemos también a
perder la perspectiva de la autenticidad del ser
humano como creación de Dios a su imagen y semejanza. Es aquí donde la
Iglesia nos aporta una visión diferente, que conjuga el interés del
matrimonio con la dignidad del hijo por nacer, reconciliándonos así con
Dios y con nuestra pareja si comprendemos la
importancia del amor en sí, sin condicionarlo a la llegada de los
hijos.
Primeramente debemos entender que Dios no
condena a las parejas que han utilizado métodos de reproducción asistida
en la buena fe, sino que se condena el pecado en sí. Cuando el Papa
vino a Valencia para las Jornadas Mundiales de la Familia
tras la aprobación de la Ley 13/2005 de reforma del Código Civil en
materia de derecho a contraer matrimonio, por la que se igualaba la
unión homosexual con la heterosexual, la opinión pública estaba
expectante de un discurso beligerante de Benedicto XVI,
pero no fue así, tratando el tema de manera conciliadora y proponiendo,
que no imponiendo, la visión de la Iglesia en este aspecto. En este
aspecto, como en cualquier otro, si se plantea un tema regañando o
condenando se consigue lo opuesto a lo pretendido,
y el Papa, conocedor de esta circunstancia, pretende mostrar una visión
en positivo de las enseñanzas de la Iglesia. Debemos pensar en cambiar
el estilo, evitar la condena y apostar por la conciliación. Discursos
como el del Obispo de Alcalá de Henares (Madrid)
no hacen sino conseguir que haya más personas que “no crean en la
Iglesia”.
Además de estas consideraciones debemos tener en
cuenta que la moral de la Iglesia es exigible al católico, no a los
demás. Incluso dentro de los católicos no es lo mismo alguien que
mantiene su fe viva que otro a medio gas, donde el proyecto
de vida que la Iglesia nos propone no es importante para ellos. Debemos
tener en cuenta que las dudas no son malas, si se trabaja en
resolverlas con buen corazón. Jesús no condenaba a Santo Tomás cuando
dudaba de Su Resurrección, invitándolo a tocar las llagas
para confirmar la veracidad de Sus palabras. Por no comprender algo no
estamos apartados de Dios, pues el Dogma está contenido en el Credo.
Jesus sólo dice a Santo Tomás que no dude más una vez que ha
comprendido, pero no comienza condenando su falta de fe.
Pues bien, a la luz de la Iglesia existen varios
argumentos para descartar la reproducción asistida. Uno de ellos es que
el ser humano para ser creado necesita de la unión carnal de los
esposos, pues es así como Dios nos creo, hombres y
mujeres complementarios para alumbrar la vida. En el Génesis vemos que
cuando Dios creó el mundo “vio que esto era bueno”. El hombre y la mujer
fueron concebidos para estar juntos, “por eso el hombre deja a su padre
y a su madre y se une a su mujer, y los
dos llegan a ser una sola carne.” Condenar el sexo como algo malo es
herético, pues ha sido obra de Dios y Él vio que su creación era algo
bueno. De la misma manera desvincular la creación de la vida humana del
acto sexual es desvincular el nacimiento del
amor físico de los esposos, tan importante como el espiritual. De hecho
tan importante es la unión carnal que sin ella el matrimonio es nulo
por no consumado.
Para profundizar en este tema, Juan Pablo II
publicó 129 catequesis entre septiembre de 1.979 y noviembre de 1.984
tituladas Teología del Cuerpo, hablando sobre el amor, la sexualidad
humana y el matrimonio. Esta doctrina aclara el tema
moral de la concepción humana. La fecundación artificial no es fruto de
la unión carnal, por lo que se está dejando fuera el acto más
importante para la procreación, el acto intrínseco creado por Dios para
el desarrollo de la vida. Es por ello que la Iglesia
acepta tratar la fertilidad, pero no la concepción artificial del ser
humano desligado del amor.
Es importante pensar que la vida, un hijo, es un
regalo de Dios, fruto de la donación recíproca de los esposos en el
acto sexual, donde cooperan como servidores, pero no como dueños. Si
Dios no otorga hijos es porque posiblemente tiene
preparado para los cónyuges otro camino de perfección de su amor, como
puede ser la adopción o simplemente el amor mutuo de los esposos.
Otro de los argumentos para evitar la
reproducción asistida sería el tratamiento del embrión humano, la
dignidad innata a todo hombre o mujer creado por Dios. El origen de la
vida no puede ser reducido a un objeto de tecnología. La manipulación
de embriones humanos es algo reservado a Dios. Es importante pensar que
en el proceso de selección se desechan embriones fecundados en muchos
casos y en otros se congelan para un uso posterior, por lo que tenemos
almacenados seres humanos para un posterior
uso, seres con dignidad de hijos de Dios.
Con ello además el problema no es sólo el método
de desechar embriones fecundados, pues en muchos casos esto no se hace,
sino el problema viene por arrogarse un poder de decisión sobre la vida
humana. Para ello es interesante recordar el
pensamiento sobre “el Otro” de Emmanuel Lévinas. El trabajo de Lévinas
se basa en la ética del otro, dónde propone a la ética como filosofía
primera. Para Lévinas, el Otro no es capaz de ser conocido y no debe ser
objetivado, como lo hace la ontología. Lévinas
prefiere pensar en la filosofía como “sabiduría que nace del amor” en
vez de “Amor a la sabiduría”.
Lévinas deriva el principio de su ética de la
experiencia del encuentro con el Otro. El encuentro cara a cara es la
relación inevitable en la que la cercanía y la distancia de la otra
persona logran sentirse y tener un efecto.
“La relación ética cara a cara, contrasta también con toda relación que se podría llamar mística, en la que los interlocutores se encuentran jugando un papel en un drama que ha comenzado fuera de ellos”. El rostro en el que se presenta el Otro no niega ni viola al Mismo (quien también es un Otro). Los dos interlocutores permanecen al mismo nivel, terrenales y reales. Para Lévinas el tener el rostro del Otro frente a uno mismo genera un sentimiento de compromiso. Ya que se tienen noción de la existencia del Otro forma parte del Mismo y sus experiencias, por eso nace la necesidad de prever por el Otro.
Por otro lado todo lo expuesto hasta aquí debe
ser entendido dentro del amor que debe haber entre los esposos. Cada
persona puede tener mal carácter y la pareja deseable es aquella que nos
complementa en nuestra manera de ser, que sabe
comprendernos y difuminar ese mal carácter, no acrecentarlo. Si
pensamos en la pareja y posterior matrimonio como una unión superficial
hay más motivos para la ruptura cuando algo no va bien, como la ausencia
de los hijos deseados o cualquier otro motivo.
En la comprensión mutua en cambio, en el amor verdadero, casi cualquier
problema puede solucionarse.
Para conseguir una pareja con mayor comunión es
necesario conocerse bien y esto no se consigue necesariamente
conviviendo juntos antes de casarse, sino conversando, viendo el ejemplo
que nos da en su relación con los demás seres queridos,
como su familia y amigos. Por el contrario una pareja que convive antes
de casarse no necesariamente se conoce mejor, pues siempre se intenta
ofrecer lo mejor de uno mismo en los primeros momentos. Una persona que
no se preocupa por sus padres, o que no es
educado, o no pide perdón, difícilmente dentro de la pareja lo hará en
el futuro. Es por ello que mejor se conoce a la pareja observando todos
estos detalles que conviviendo juntos.
Igualmente dentro del entendimiento mutuo y el
amor podríamos encuadrar las relaciones prematrimoniales. Cuando una
persona quiere a la otra sabrá esperar y desvincular esos momentos de
conocerse del noviazgo del sexo, reservando este para
la persona que verdaderamente será su cónyuge. Al mantener relaciones
sexuales se está regalando una de las cosas más preciadas del ser
humano, creado por Dios en todo su ser. Esto debería ser un regalo
reservado exclusivamente para la persona con la que la
persona va a casarse, con la que posteriormente se hará un solo cuerpo
como dice el Génesis.
Estos momentos tan preciados faltan en la
inseminación artificial, de ahí la unión de las ideas del amor con la
concepción de la vida. Eva fue un regalo para Adán, un regalo de Dios.
El asombro, la sorpresa, faltan en la reproducción asistida,
al igual que en las relaciones prematrimoniales. Cuando un hombre y una
mujer se quieren y contraen matrimonio intercambian las alianzas, lo
que etimológicamente significa la unión. Por su parte la palabra diablo,
o diábolo, significa el que separa, el que
desune. El pecado, el diablo, nos separa de Dios, de las personas que
queremos y de nosotros mismos, mientras que el amor nos une y es lo que
nos hace similares a los unos respecto a los otros.
El Cantar de los Cantares asemeja el amor de
Dios a los hombres con el amor físico de la pareja, dándole toda la
importancia al sexo como manifestación del verdadero amor, como el que
Dios nos tiene a nosotros. Evidentemente, todo esto
se pierde cuando se recurre a la reproducción asistida en lugar de
aceptar el amor de la pareja como salida a los problemas por la ausencia
de hijos en el matrimonio.
Por último, para concluir, podemos recordar como
San Pablo dice que el amor de los esposos es similar al que Dios tiene
por nosotros, sus criaturas, y como tal debe ser respetado en su grado
máximo. Sin el amor no se puede entender el matrimonio
ni las relaciones de los seres humanos con sus semejantes, pero este
amor debería estar vinculado a Dios para el católico preocupado por
vivir según las enseñanzas que Él nos dejó y que depositó en la Iglesia.
Antonio López Asensio
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