sábado, 2 de junio de 2012

EL AMOR EN LA PAREJA Y LA REPRODUCCIÓN ASISTIDA



En las dos últimas sesiones de nuestro grupo de los domingos en la Concepción Inmaculada de Sevilla hemos tratado un tema muy interesante que en mayor o menor medida es bastante cercano para muchos de nosotros. Este tema no es otro que el de la reproducción asistida. Cuando un matrimonio intenta con ilusión tener un hijo, fruto de su amor, pero este no llega se tiende a la desesperación y la búsqueda de diferentes caminos para concebir esa vida que tan feliz podría hacerlos.

Para ello existen varias alternativas médicas en la actualidad, que suponen una gran oportunidad para estas parejas, pero en ello la Iglesia nos da un foco de luz y esperanza diferente a la tendencia generalizada de creer que cualquier método es bueno si nos lleva al ansiado objetivo. Hoy en día todos tendemos a pensar que podemos conseguir cualquier cosa con nuestro esfuerzo económico y con el apoyo de la ciencia, pero tendemos también a perder la perspectiva de la autenticidad del ser humano como creación de Dios a su imagen y semejanza. Es aquí donde la Iglesia nos aporta una visión diferente, que conjuga el interés del matrimonio con la dignidad del hijo por nacer, reconciliándonos así con Dios y con nuestra pareja si comprendemos la importancia del amor en sí, sin condicionarlo a la llegada de los hijos.

Primeramente debemos entender que Dios no condena a las parejas que han utilizado métodos de reproducción asistida en la buena fe, sino que se condena el pecado en sí. Cuando el Papa vino a Valencia para las Jornadas Mundiales de la Familia tras la aprobación de la Ley 13/2005 de reforma del Código Civil en materia de derecho a contraer matrimonio, por la que se igualaba la unión homosexual con la heterosexual, la opinión pública estaba expectante de un discurso beligerante de Benedicto XVI, pero no fue así, tratando el tema de manera conciliadora y proponiendo, que no imponiendo, la visión de la Iglesia en este aspecto. En este aspecto, como en cualquier otro, si se plantea un tema regañando o condenando se consigue lo opuesto a lo pretendido, y el Papa, conocedor de esta circunstancia, pretende mostrar una visión en positivo de las enseñanzas de la Iglesia. Debemos pensar en cambiar el estilo, evitar la condena y apostar por la conciliación. Discursos como el del Obispo de Alcalá de Henares (Madrid) no hacen sino conseguir que haya más personas que “no crean en la Iglesia”.

Además de estas consideraciones debemos tener en cuenta que la moral de la Iglesia es exigible al católico, no a los demás. Incluso dentro de los católicos no es lo mismo alguien que mantiene su fe viva que otro a medio gas, donde el proyecto de vida que la Iglesia nos propone no es importante para ellos. Debemos tener en cuenta que las dudas no son malas, si se trabaja en resolverlas con buen corazón. Jesús no condenaba a Santo Tomás cuando dudaba de Su Resurrección, invitándolo a tocar las llagas para confirmar la veracidad de Sus palabras. Por no comprender algo no estamos apartados de Dios, pues el Dogma está contenido en el Credo. Jesus sólo dice a Santo Tomás que no dude más una vez que ha comprendido, pero no comienza condenando su falta de fe.


Pues bien, a la luz de la Iglesia existen varios argumentos para descartar la reproducción asistida. Uno de ellos es que el ser humano para ser creado necesita de la unión carnal de los esposos, pues es así como Dios nos creo, hombres y mujeres complementarios para alumbrar la vida. En el Génesis vemos que cuando Dios creó el mundo “vio que esto era bueno”. El hombre y la mujer fueron concebidos para estar juntos, “por eso el hombre deja a su padre y a su madre y se une a su mujer, y los dos llegan a ser una sola carne.” Condenar el sexo como algo malo es herético, pues ha sido obra de Dios y Él vio que su creación era algo bueno. De la misma manera desvincular la creación de la vida humana del acto sexual es desvincular el nacimiento del amor físico de los esposos, tan importante como el espiritual. De hecho tan importante es la unión carnal que sin ella el matrimonio es nulo por no consumado.

Para profundizar en este tema, Juan Pablo II publicó 129 catequesis entre septiembre de  1.979 y noviembre de 1.984 tituladas Teología del Cuerpo, hablando sobre el amor, la sexualidad humana y el matrimonio. Esta doctrina aclara el tema moral de la concepción humana. La fecundación artificial no es fruto de la unión carnal, por lo que se está dejando fuera el acto más importante para la procreación, el acto intrínseco creado por Dios para el desarrollo de la vida. Es por ello que la Iglesia acepta tratar la fertilidad, pero no la concepción artificial del ser humano desligado del amor.

Es importante pensar que la vida, un hijo, es un regalo de Dios, fruto de la donación recíproca de los esposos en el acto sexual, donde cooperan como servidores, pero no como dueños. Si Dios no otorga hijos es porque posiblemente tiene preparado para los cónyuges otro camino de perfección de su amor, como puede ser la adopción o simplemente el amor mutuo de los esposos.

Otro de los argumentos para evitar la reproducción asistida sería el tratamiento del embrión humano, la dignidad innata a todo hombre o mujer creado por Dios. El origen de la vida no puede ser reducido a un objeto de tecnología. La manipulación de embriones humanos es algo reservado a Dios. Es importante pensar que en el proceso de selección se desechan embriones fecundados en muchos casos y en otros se congelan para un uso posterior, por lo que tenemos almacenados seres humanos para un posterior uso, seres con dignidad de hijos de Dios.

Con ello además el problema no es sólo el método de desechar embriones fecundados, pues en muchos casos esto no se hace, sino el problema viene por arrogarse un poder de decisión sobre la vida humana. Para ello es interesante recordar el pensamiento sobre “el Otro” de Emmanuel Lévinas. El trabajo de Lévinas se basa en la ética del otro, dónde propone a la ética como filosofía primera. Para Lévinas, el Otro no es capaz de ser conocido y no debe ser objetivado, como lo hace la ontología. Lévinas prefiere pensar en la filosofía como “sabiduría que nace del amor” en vez de “Amor a la sabiduría”.
Lévinas deriva el principio de su ética de la experiencia del encuentro con el Otro. El encuentro cara a cara es la relación inevitable en la que la cercanía y la distancia de la otra persona logran sentirse y tener un efecto.

“La relación ética cara a cara, contrasta también con toda relación que se podría llamar mística, en la que los interlocutores se encuentran jugando un papel en un drama que ha comenzado fuera de ellos”. El rostro en el que se presenta el Otro no niega ni viola al Mismo (quien también es un Otro). Los dos interlocutores permanecen al mismo nivel, terrenales y reales. Para Lévinas el tener el rostro del Otro frente a uno mismo genera un sentimiento de compromiso. Ya que se tienen noción de la existencia del Otro forma parte del Mismo y sus experiencias, por eso nace la necesidad de prever por el Otro.


Por otro lado todo lo expuesto hasta aquí debe ser entendido dentro del amor que debe haber entre los esposos. Cada persona puede tener mal carácter y la pareja deseable es aquella que nos complementa en nuestra manera de ser, que sabe comprendernos y difuminar ese mal carácter, no acrecentarlo. Si pensamos en la pareja y posterior matrimonio como una unión superficial hay más motivos para la ruptura cuando algo no va bien, como la ausencia de los hijos deseados o cualquier otro motivo. En la comprensión mutua en cambio, en el amor verdadero, casi cualquier problema puede solucionarse.

Para conseguir una pareja con mayor comunión es necesario conocerse bien y esto no se consigue necesariamente conviviendo juntos antes de casarse, sino conversando, viendo el ejemplo que nos da en su relación con los demás seres queridos, como su familia y amigos. Por el contrario una pareja que convive antes de casarse no necesariamente se conoce mejor, pues siempre se intenta ofrecer lo mejor de uno mismo en los primeros momentos. Una persona que no se preocupa por sus padres, o que no es educado, o no pide perdón, difícilmente dentro de la pareja lo hará en el futuro. Es por ello que mejor se conoce a la pareja observando todos estos detalles que conviviendo juntos.

Igualmente dentro del entendimiento mutuo y el amor podríamos encuadrar las relaciones prematrimoniales. Cuando una persona quiere a la otra sabrá esperar y desvincular esos momentos de conocerse del noviazgo del sexo, reservando este para la persona que verdaderamente será su cónyuge. Al mantener relaciones sexuales se está regalando una de las cosas más preciadas del ser humano, creado por Dios en todo su ser. Esto debería ser un regalo reservado exclusivamente para la persona con la que la persona va a casarse, con la que posteriormente se hará un solo cuerpo como dice el Génesis.

Estos momentos tan preciados faltan en la inseminación artificial, de ahí la unión de las ideas del amor con la concepción de la vida. Eva fue un regalo para Adán, un regalo de Dios. El asombro, la sorpresa, faltan en la reproducción asistida, al igual que en las relaciones prematrimoniales. Cuando un hombre y una mujer se quieren y contraen matrimonio intercambian las alianzas, lo que etimológicamente significa la unión. Por su parte la palabra diablo, o diábolo, significa el que separa, el que desune. El pecado, el diablo, nos separa de Dios, de las personas que queremos y de nosotros mismos, mientras que el amor nos une y es lo que nos hace similares a los unos respecto a los otros.

El Cantar de los Cantares asemeja el amor de Dios a los hombres con el amor físico de la pareja, dándole toda la importancia al sexo como manifestación del verdadero amor, como el que Dios nos tiene a nosotros. Evidentemente, todo esto se pierde cuando se recurre a la reproducción asistida en lugar de aceptar el amor de la pareja como salida a los problemas por la ausencia de hijos en el matrimonio.

Por último, para concluir, podemos recordar como San Pablo dice que el amor de los esposos es similar al que Dios tiene por nosotros, sus criaturas, y como tal debe ser respetado en su grado máximo. Sin el amor no se puede entender el matrimonio ni las relaciones de los seres humanos con sus semejantes, pero este amor debería estar vinculado a Dios para el católico preocupado por vivir según las enseñanzas que Él nos dejó y que depositó en la Iglesia.

Antonio López Asensio

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