jueves, 15 de marzo de 2012

El perdón, fruto del amor de Dios.

Dios es amor, y es justo esto, que tantas veces hemos oído, lo que es tan importante y difícil de entender para un cristiano.
No existe mayor pecado que dudar del amor de Dios, y lo hacemos cuando pensamos que Dios nos ha castigado, nos ha olvidado, dudamos de si nos quiere y de si quiere el bien para nosotros, cuando le exigimos, cuando le pedimos explicaciones por algo malo que nos ha ocurrido, … porque ese, es el pecado original, el que nos hace creer que somos como dioses.

Lograr comprender el amor de Dios, el cual es incondicional y mucho mayor que el que pudiera tener un padre con su hijo, encendería en nosotros la llama de la fe y lograría que sentimientos y emociones tan humanos como el miedo, la ansiedad, la angustia, el dolor y el sufrimiento, fueran asimilados de una manera muy distinta.

Amor y perdón indiscutiblemente van unidos. No sabe perdonar aquel que no ama. Para saber perdonar debemos aprender del amor de Dios utilizando la razón, gracias a la cual somos capaces de perdonar alejándonos de reacciones viscerales como la venganza o el odio.

El perdón no tiene nada que ver con el sometimiento o la humillación sino todo lo contrario. El perdón nos hace libres. Tan importante es perdonar como pedir perdón y dependiendo de cómo esté nuestro nivel de orgullo, nos costará más lo primero o lo segundo.

¿Cómo y cuantas veces debo de perdonar?

¡Hasta 70 veces 7!

No nos parezcamos al criado que después de que el Rey le exigiera los 10.000 talentos que le debía, éste le pide que tenga paciencia ,que ya se lo pagará, y que tras haber recibido la misericordia del Rey perdonándole la deuda salió y encontró a un compañero que le debía 100 denarios y agarrándolo, casi estrangulándole, le exigió que le devolviera lo suyo (Mt. 18, 21-35), porque Dios nos exigirá que con el mismo perdón con el que él constantemente y día tras día nos perdona, también perdonemos nosotros al que nos agrede, nos insulta o comete alguna falta contra nosotros.

El mismo Jesucristo también en el Padre Nuestro nos enseña que tenemos que perdonar para ser perdonados:
“Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”


Debemos perdonar aún sabiendo que no nos podremos olvidar del daño que nos han hecho, aunque sería fruto de un amor ágape y de alguien virtuoso aquel que es, no solo capaz de perdonar, sino de olvidar, e incluso rezar por el que te ha faltado.

El perdón no tiene por qué estar unido a la justicia. Que nosotros hayamos perdonado a alguien no quiere decir que tengamos que impedir las consecuencias que ese alguien sufrirá debido a la falta que ha cometido hacia nosotros.

Una de las cosas de las que nos tenemos que sentir más alegres y aliviados los cristianos es que nuestros pecados que aún pudiendo ser iguales o mayores a los que comete cualquier otro, nos pueden ser perdonados mediante Jesucristo en el sacramento de la confesión, permitiéndonos así ser libres.

“Tanto amó Dios al mundo que le entrega a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para condenarlo, sino para que se salve por él”

(Juan 3, 16-17).

Miguel García Madueño.

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