¿De dónde viene la alegría? ¿Cómo se explica la alegría de los jóvenes que participan en las Jornadas Mundiales de la Juventud ?
Estas fueron las cuestiones sobre las que versó principalmente nuestra última reunión, preguntas planteadas por el Santo Padre en la Audiencia para la presentación de la Navidad.
La alegría proviene de sentirse amado por Dios, certeza que nace de la fe.
El amor es el fundamento de nuestra existencia.
La experiencia de sentirse amado es un deseo permanente de las personas, todo ser humano desea que lo valoren. Toda persona ansía que los demás la acepten, y que lo hagan por lo que ella es.
Sentirte aceptado es sentir que realmente vales y eres digno de respeto. Necesitamos la aceptación de otras personas para alcanzar la plenitud de nuestra personalidad. Una persona aceptada será feliz.
Josef Pieper ha mostrado que el hombre puede aceptarse a sí mismo sólo si es aceptado por algún otro. El hombre tiene necesidad de que haya quién le diga y le demuestre que “es bueno que exista”. Sólo a partir de un “tú”, el “yo” puede encontrarse a sí mismo. Pero toda acogida humana es frágil, porque si acoges el amor te haces más vulnerable, porque te das más a conocer, te abres a la otra persona…
Dios nos acepta tal y como somos y no tal y como deberíamos ser.
Lo fundamental de nuestra fe es el AMOR de Dios hacia nosotros. La fe exige mucho coraje: Creer que Dios nos ama infinitamente, que nos acepta.
Resulta fácil creer en el AMOR de Dios en general por todos los seres humanos, pero es muy difícil creer en el AMOR que nos tiene personalmente a cada uno de nosotros.
Para reconocer el AMOR de Dios es necesaria la humildad. Sólo la fe nos da la certeza: “Es bueno que yo exista”. La fe alegra desde dentro.
El AMOR de Dios por cada uno de nosotros es un regalo gratuito, dicha experiencia debe darnos paz y felicidad, debe liberarnos, hacernos perder el miedo a soltarnos de nuestra seguridad y lanzarnos a ser testigos de Cristo.
Debemos confiar en Dios, que nos da la gracia suficiente para salir adelante ante las dificultades.
Alegría sin fe sí puede haberla, pero no alegría sin amor.
Dios no elimina de nuestra naturaleza ni el dolor, ni la enfermedad, ni la muerte, sino que le da un sentido pleno.
Respecto a los jóvenes voluntarios están llenos de una gran sensación de felicidad porque el tiempo que entregan tiene un sentido. Hay un placer en darse a los demás, hay un placer en hacer el bien porque te hace sentir útil. Hacer el bien es algo hermoso, es hermoso ser para los demás.
Decía el Santo Padre al reflexionar sobre las luces que adornan el árbol de Navidad: “Que cada uno de nosotros aporte algo de luz en los ambientes en que vive. Que cada uno sea una luz para quien tiene al lado; que preste más atención a los demás, que los ame más. Cualquier pequeño gesto de bondad es como una luz de este gran árbol: Junto con las otras luces ilumina la oscuridad de la noche, incluso de la noche más oscura.”
“Jesús se volvió y, al ver que le seguían, les preguntó: <<¿Qué buscáis?>> Ellos le respondieron: <<Rabbí, ¿dónde vives?>> Les respondió: <<Venid y lo veréis>>.” San Juan 1, 38-39.
Ahora, el que <<busca>> a Cristo lo <<encuentra>>, y porque <<sigue>> a Jesús llega adonde Él vive. ¡Adelante!
Seguimos unidos en el mismo Espíritu y con la oración.
María Dolores Rodríguez-Estévez
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