lunes, 26 de septiembre de 2011

II Charla Parroquia de la Concepción

 
            

El pasado domingo 25 de septiembre tuvimos el segundo encuentro de "Espíritu JMJ", con la misma ilusión, complicidad y alegría de la primera sesión.
Cuando una veintena de jóvenes entramos en la parroquia (con el recogimiento y la compostura merecidas) una anciana preguntó con cierto asombro que quiénes seríamos, todos tan enérgicos y tan educados, entrando así, de golpe. Alguien respondió -o pensó, que a veces no se sabe- que éramos los jóvenes que acompañábamos esa tarde a la Señora, que estaba en besamanos aquella tarde.
Comenzamos con nuevas presentaciones, entre risas y bromas, puesto que Bea, Guada(lupe), David y Joaquín se incorporaban al grupo, y la conversación transcurrió con naturalidad, contando historias y sucesos de la semana. Entre otras cuestiones, se recomendó ver la película "El árbol de la vida" -recién estrenada-, que goza de una factura visual excelente y de un buen conjunto de valores (familia, generosidad, sentido del dolor, valor de la vida, etc.): es posible que en breve quedemos para ir a verla, con una buena cervecita para comentarla… (invita José Manuel). Y también se sugirió pasar un día romero en El Rocío, visitando el Santuario, y disfrutando de los manjares y de las canciones de nuestra tierra.
La sesión impartida por don Antonio glosó el discurso de bienvenida a los jóvenes del Papa en Cibeles (que puede leerse en: http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/speeches/2011/august/documents/hf_ben-xvi_spe_20110818_accoglienza-giovani2-madrid_sp.html), en su primer acto oficial con los jóvenes en Madrid. De todas las cuestiones que se destacaron, nosotros seleccionamos algunas:

a)   Cuando el Papa se dirigía a jóvenes de todo el mundo, procedentes de los cinco continentes, se hacía más patente la catolicidad de la Iglesia, su universalidad (que eso significa “catolikós” en griego). Y es que el Papa gusta remarcar esta realidad eclesial llamada Comunión de los Santos: ningún cristiano está ni actúa solo, sino siempre junto con los demás cristianos que formamos el Cuerpo Místico de Cristo. Por eso es importante disfrutar de esta realidad (hay muchos cristianos que me ayudan con su oración y actuación) y vivirla con responsabilidad (puesto que todo lo bueno o malo que hagamos influye en los demás).
b)   También insistió el Santo Padre en la escucha de la Palabra de Dios por parte de los jóvenes y de él mismo: la Sagrada Escritura es guía y camino para toda la Iglesia (Papa, Obispos, fieles), y nadie ni nada puede superponerse a ella. En este detalle pudo comprobarse una vez más la humildad del Papa.
c)   Consecuentemente, una escucha atenta, reflexiva y orante de esta Palabra ha de conducir necesariamente a estar arraigados en Cristo (con la inteligencia, la voluntad y el corazón, unitariamente, toda la persona) como roca firme donde construir la vida plena. Escuchar la Palabra Divina, y no vivirla, supone no recibirla realmente. Y este arraigo sólo se produce cuando Cristo forma parte de nuestra vida cotidiana, de cada momento vivido, y no sólo en los momentos expresamente dedicados a rezar: vivir un minuto sin Cristo es no vivirlo.
d)   Para todo ello, la vida cristiana se presenta como la identificación con Cristo, y no como el mero cumplimiento de un código ético o conjunto de normas: ser cristiano es seguir y amar a una Persona, Jesucristo. Esta idea está continuamente en la obra teológica y en el magisterio de Benedicto XVI (véase, por ejemplo, “Deus Charitas est”, n.1).
e)   Es, por tanto la santidad personal una necesidad siempre acuciante, y quizás de especial urgencia en esta época en la que vivimos: el mismo Papa ha señalado recientemente en Alemania que estas crisis universales -como la actual- son crisis de santidad.
f)     Por otra parte, ante este panorama ambicioso, el Santo Padre previene ante el desánimo o la turbación por las miserias personales: el sacramento de la Confesión (que hay que rescatar) facilita un crecimiento progresivo por la misericordia de Dios, llenos de alegría y esperanza.
g)   Sólo una magnanimidad en los planteamientos vitales (“quien no da a Dios da demasiado poco”, decía la Beata Teresa de Calcuta) puede colmar los deseos más hondos del corazón humano. O ampliamos nuestros horizontes con Cristo, o nuestra alma se emponzoñará: las tristezas por la lejanía de Dios son hoy muy palpables en la vida moderna.
h)   Finalmente, esta magnanimidad se manifestará en una alegría constante, enraizada en fundamentos seguros, y expansiva hacia todos. Es el amor de Dios que se desborda hacia el mundo entero.

            Posteriormente a la intervención de don Antonio, se estableció un debate sobre lo escuchado, donde casi todos comentaron vivencias de distinta índole.
            Por destacar algunas, David, por ejemplo, sacó a relucir la cuestión de la coherencia de la vida cristiana: el Papa había señalado ese mismo día, en Alemania, que la tibieza era algo muy alejado del amor de Dios, y que posiblemente hubiera agnósticos más cerca de Dios que algunos fieles rutinarios y tibios. De ahí se pasó a hablar del don de la fe -don y tarea-, llevados por una anécdota contada por Guadalupe. Y, posteriormente, Paula alabó ciertos detalles de la película “Indiana Jones y la última cruzada”, en los que se veían imágenes muy gráficas del salto de la fe o de la sencillez de Cristo.
(Como cronista, me permitiré la licencia de recomendar una lectura: el capítulo 3 del libro Jesús de Nazaret, volumen I, de Benedicto XVI, titulado “El Evangelio del Reino de Dios”, donde se reflexiona magistralmente sobre la cuestión que hubo de fondo en este debate: ¿dónde está la salvación? ¿quién es el hombre que ama a Dios? ¿el creyente que forma parte de la Iglesia? ¿el hombre recto que sigue su conciencia con independencia de la religión que profese? ¿el que practica la liturgia y los mandamientos? ¿cualquier religión acerca a Dios...?).
            Finalmente, como ya es habitual, disfrutamos de un buen aperitivo bajo la noche de Sevilla.
            Buena semana, ¡y hasta el domingo que viene!

Javi Moreno

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