Era la noche del pasado sábado 20 de agosto en el Aeródromo Cuatro Vientos de Madrid, el lugar estaba hasta el tope con la presencia de algo más de 2 millones de jóvenes peregrinos que desde distantes lugares nos acercamos a la capital de España para vivir junto al Santo Padre un encuentro de fe, alegría y esperanza.
Las horas habían trascurrido y luego de una intensa jornada bajo el sol y el calor -que nos había sofocado desde el medio día- un viento huracanado nos sacudió de repente: para algunos fue como si "Dios trastocara el paso, te tirara del caballo" –como expresó un joven español, que con emoción me describió lo que experimentó ese día–, para otros un "gran remesón"; para mí la presencia contundente del mismo Espíritu Santo que quería hacer escuchar su fuerte voz.
"Gracias por vuestra alegría y resistencia. Vuestra fuerza es mayor que la lluvia. Gracias. El Señor con la lluvia nos manda muchas bendiciones. Con esto sois un ejemplo"; fueron las palabras que pronunció el Papa Benedicto XVI, una vez calmó la tempestad, a la multitud de jóvenes que allí nos agolpábamos; palabras ante las cuales respondimos con un fuerte clamor de "¡Jesucristo!", "¡Benedicto!" y "¡Esta es la juventud del Papa!".
Este instante, como los demás vividos durante la Vigilia en Cuatro Vientos, en mi concepto, ha sido uno de los más significativos de la Jornada Mundial de la Juventud que, aunque pasado por agua, se vivió con gran devoción: por lo menos esto es lo que se testificó durante la Adoración al Santísimo Sacramento, que presidió el Pontífice, cuando en el recinto madrileño los jóvenes guardamos un profundo silencio; por un lado, por la magna presencia de Nuestro Señor resguardado en la Custodia de Arfe –una joya de la orfebrería española con más de 500 años de historia–, por el otro, gracias a la viva presencia de Jesús, a quien en aquella ocasión encontramos cara a cara.
Una mochila cargada de sueños que partió desde Bogotá hacia Madrid
Atrás quedaron ya los días de la Vigilia y de toda la Jornada Mundial de la Juventud de Madrid. Los peregrinos que partimos de lugares distantes a España hemos ido regresado a nuestros países de origen –en mi caso, Bogotá, Colombia–, y lo que era un sueño cargado en una mochila, ahora es un cúmulo de experiencias que ha quedado guardado en el alma y ha dejado una huella indeleble en el corazón. Una huella que, con algo de dificultad por las miles de emociones que viví en España, he querido plasmar en una palabras dejando de lado mi rol de periodista y convertirme por unos momentos en una peregrina más que, con un equipaje ligero, quiso iniciar una gran aventura.
"Queridos jóvenes: hemos vivido una aventura juntos. Con Cristo podréis siempre afrontar las pruebas de la vida. No lo olvideis. ¡Gracias a todos!", diría después el mismo Santo Padre al culminar la Jornada, como ratificando mis palabras.
Para mí esta aventura inició en forma desde que arribé a la ciudad de León donde con un grupo de más de 700 jóvenes de Bogotá, así como otros peregrinos procedentes de países como Francia, Alemania, Polonia, Suiza, Italia, Argentina, República Dominicana, Irak, y otros países más, nos encotramos para compartir los Días en las Diócesis que diversas jurisdicciones eclesiales de España acogieron durante la semana previa a la Jornada de Madrid.
En el lugar "La Leonina" –nombre con el que se conoce a la imponente Catedral de León–, con sus majestuosos y coloridos vitrales, fue la anfitriona de una fiesta de fe y alegría que inició el pasado 11 de agosto. Ese día fue inevitable no sentir emoción: 1.400 jóvenes, portando banderas de nuestros respectivos países, nos dimos cita en la Plaza de la Catedral, para, por vez primera, cantar la felicidad de ser cristianos.
"Con inmensa alegría y en nombre de la Diócesis Legionense quiero daros la bienvenida más cordial y efusiva. Habeís venido a León como preludio de la JMJ Madrid 2011, acontecimiento en el que desaparecen las fronteras entre los continentes, las culturas y las naciones"; fue parte del saludo de bienvenida que dirigió Mons. Julián López, Obispo de León, a los los peregrinos que allí nos encontrábamos.
León por cinco días, desde el 11 hasta el 15 de agosto, fue nuestro hogar. Fue tal el cariño que recibimos de las comunidades religiosas, parroquias y familias que allí nos acogieron que nos sentimos en nuestra propia casa: Además de los memorables lugares como la Plaza de San Marcos -donde está situado una emblemática edificación que siglos atrás albergó a peregrinos que pasaban por León hacia Santiago de Compostela en el Camino de Santiago-, así como la Plaza de Toros -que se convirtío en nuestro comedor donde nos deleitamos con suculentos platos de la región–, así como el Santuario de la Virgen del Camino -de donde nos despedimos de los Días en las Diócesis e iniciamos la aventura hacia la Jornada en Madrid-, en el corazón nos llevamos a las familias, religiosas y sacerdotes que nos acogieron y nos hicieron sentir como sus hijos.
Llegó el tan anhelado encuentro con el Vicario de Cristo
Terminado el paso por León y arribando a Madrid, ¡por fin llegó el tan anhelado encuentro con el Santo Padre!; aquel con el que soñé desde que decidí en enero de este año responder a la invitación que el mismo Benedicto XVI hiciera hace tres años en la Jornada de Sidney 2008.
Era el 18 de agosto al caer la tarde en Madrid y siguiendo casi con exactitud el programa que cada peregrino recibió en la mochila de la Jornada, el Santo Padre cruzó por la Puerta de Alcalá –antigua puerta real que siglos atrás daba acceso a Madrid-, cerca de la cual me situé para tener la mejor pespectiva y -en unión con todos los jóvenes peregrinos, que nos extendimos desde la emblemática puerta madrileña hasta la Plaza de Cibeles- darle una efusiva bienvenida a Benedicto XVI.
"Es una inmensa alegría encontrarme aquí con vosotros, en el centro de esta bella ciudad de Madrid, cuyas llaves ha tenido la amabilidad de entregarme el Señor Alcalde. Hoy es también capital de los jóvenes del mundo y donde toda la Iglesia tiene puestos sus ojos. El Señor nos ha congregado para vivir en estos días la hermosa experiencia de la Jornada Mundial de la Juventud. Con vuestra presencia y la participación en las celebraciones, el nombre de Cristo resonará por todos los rincones de esta ilustre Villa", nos diría luego el Santo Padre desde la tarima que se situó frente al simbólico monumento de Cibeles.
El encuentro con Benedicto se repetiría en el Vía Crucis el viernes 19 de agosto: 15 pasos emblemáticos de la Semana Santa de la imaginería española fueron el marco para que los jóvenes reflexionaramos sobre el misterio de la Muerte y Resurrección de Jesucristo.
"Con piedad y fervor hemos celebrado este Vía Crucis, acompañando a Cristo en su Pasión y Muerte (…), nos ha ayudado en este itinerario hacia el Calvario la contemplación de estas extraordinarias imágenes del patrimonio religioso de las diócesis españolas. Son imágenes donde la fe y el arte se armonizan para llegar al corazón del hombre e invitarle a la conversión. Cuando la mirada de la fe es limpia y auténtica, la belleza se pone a su servicio y es capaz de representar los misterios de nuestra salvación hasta conmovernos profundamente y transformar nuestro corazón"; nos expresaría Benedicto XVI en su mensaje tras concluir el Vía Crucis.
Un corazón lleno, transformado, "arraigado y edificado en Cristo. Firme en la fe"
Tras la "invasión" católica que llegó a Madrid –a la que muchos hacían referencia por la multitud de jóvenes que por una semana llenaron las calles, restaurantes y, sobre todo, el metro de de la capital española–, y muy seguramente quedando en el recuerdo de muchos madrileños el bullicio alegre con que vivimos los días de la Jornada que contrasta ahora con el "silencio" citadino de Madrid, los que experimentamos este encuentro con un Jesucristo vivo y joven, sólo nos queda algo grande, que el mismo Papa nos advertiría: un corazón trasformado.
¿Trasformado con qué?, preguntarán algunos. Para mí, un corazón tansformado a punta de esperanza, de fe, de sueños, sobre todo de alegría –Benedicto XVI nos invitó a "ser testigos de la verdadera alegría"–, y de un deseo profundo de construir la vida "arraigada y edificada en Cristo. Firme en la fe", que fue precisamente el lema de esta 26ª Jornada Mundial de la Juventud.
Por: Sonia Trujillo para Gaudium Press
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