miércoles, 7 de marzo de 2012

La necesidad de la formación para conocer nuestra fe

Viernes 24/02/12

“Para los cristianos, la Cruz simboliza la sabiduría de Dios y su amor infinito revelado en el don redentor de Cristo muerto y resucitado para la vida de cada uno. Que este descubrimiento impresionante de un Dios que se ha hecho hombre por amor os aliente a respetar y venerar la Cruz. Que no es sólo el signo de vuestra vida en Dios y de vuestra salvación, sino también –lo sabéis- el testigo mudo de los padecimientos de los hombres y, al mismo tiempo, la expresión única y preciosa de todas sus esperanzas.” (Benedicto XVI)


Los fieles tienen un sentido propio de experimentar los dogmas.
A lo largo de los siglos ha habido revelaciones llamadas “privadas”, algunas de las cuales han sido reconocidas por la autoridad de la Iglesia. Éstas no pertenecen al depósito de la fe. Su función es ayudar a vivir la fe más plenamente en una cierta época de la historia.
Guiado por el Magisterio de la Iglesia, el sentir de los fieles (sensus fidelium) sabe discernir y acoger lo que en estas revelaciones constituye una llamada auténtica de Cristo o de sus santos a la Iglesia.
Existe un catecismo visual del pueblo en Semana Santa, cuando saca a la calle los pasos que representan escenas de la pasión de Cristo.


(viernes 2/03/12)

“No basta, en efecto, con parecer buenos y honrados; hay que serlo realmente. Y bueno y honrado es aquel que no cubre con su yo la luz de Dios, no se pone delante él mismo, sino que deja que se transparente Dios.” (Benedicto XVI)

Antiguamente existía la “Ley del Arcano”, los que no eran plenamente cristianos (por no haber recibido el bautismo, la confirmación y recibido la comunión) no podían participar íntegramente de la Misa. Por dicha Ley, tras el momento de las lecturas debían abandonar la Misa y no participaban de la Consagración.

La conversión era fundamental y como símbolo de la fe se tenía que recitar el Credo.

Por tanto secretismo había muchas calumnias contra los cristianos y la Iglesia.

Algunas cosas no se entienden porque no hay una base anterior, un proceso previo de encuentro con Cristo, las obras de caridad, la recepción de los Sacramentos… se requiere un camino.

El Papa pide “las cosas” a los cristianos de verdad, de corazón.

En la sociedad actual hay mucho desconocimiento, incluso de la Biblia.

Algunas personas se aferran a modos de entender su fe aprendidos en la infancia que pueden no funcionar cuando uno es adulto. Una vida adulta requiere una fe adulta.

La gente suele esperar que la instrucción religiosa de su infancia le sostenga en el mundo adulto.

La Iglesia tiene que renovarse y cada uno de nosotros también.

No se habla de toda la repercusión que tiene la fe cristiana hasta que no hay verdadera fe.

Lo básico y lo nuclear de nuestras creencias siempre será lo mismo, aunque haya reformas.

La persona fabrica las estructuras, pero las estructuras no hacen a las personas. El ambiente te condiciona, pero no te determina.

La revolución más fuerte es el cambio de los corazones, desde el interior.

El Amor de Dios es fiel siempre.

El demonio es una criatura de Dios, recibe de Dios el ser, el sustento, aunque no quiere. Su “caída” consiste en la elección libre que rechaza radical e irrevocablemente a Dios. Es el carácter irrevocable de su elección, y no un defecto de la infinita misericordia de Dios lo que hace que su pecado no pueda ser perdonado.

No hay arrepentimiento para los hombres después de la muerte.

El poder del diablo no es infinito. No es más que una criatura, aunque actúe por odio contra Dios y su acción cause graves daños en cada hombre y en la sociedad, esta acción es permitida por Dios que con fuerza y amor dirige la historia de cada hombre y del mundo.

“Hombres somos de tierra y Dios nos llueve”, la tierra mezclada con el agua se convierte en barro. Se va moldeando el barro, se le añaden aperturas, asas, va tomando forma… hasta que la vasija de barro seca, entonces es como la muerte que petrifica, después de la muerte no existe libertad de elección.

La muerte marca el límite de mis horas libres.

Mientras la vasija no se cierre ni seque, mientras tenga una apertura puede recibir. Puede que nos sintamos como si Dios no nos quisiera, que tengamos sensación de abandono, pero en realidad no estamos tan lejos de Dios.

Hay barreras que nos alejan de Dios como no recibir los Sacramentos. Tenemos a Dios, pero Dios no puede actuar en nuestro interior.

Hay que formar la conciencia. La educación de la conciencia es una tarea de toda la vida, que garantiza la libertad y engendra la paz del corazón.

Tenemos el deber de formarnos, la culpa dentro de la Iglesia existe si se conoce la Ley.

La conciencia puede estar afectada por la ignorancia y puede formar juicios erróneos sobre actos ya cometidos. Dicha ignorancia puede ser imputada a la responsabilidad personal, pues la persona puede no haberse preocupado de recibir una formación adecuada, no se preocupa de buscar la verdad y el bien… en este caso, la persona es culpable del mal cometido.

Si por el contrario, la ignorancia es invencible o el juicio erróneo sin responsabilidad de la persona, el mal cometido por la persona no se le puede imputar, no existe culpa, pero no deja de ser un mal.

Existe culpabilidad cuando se trata de materia grave, se tenga conocimiento de que es materia grave y exista libertad para actuar (cometer el mal).

¿Somos responsables del pecado de otras personas? No, salvo que seamos culpables por haber inducido a alguien a pecar, por haber colaborado en su pecado o por haber omitido a tiempo una advertencia o una ayuda.

“Cada uno contribuye a su vida y a su clima moral, para el bien o para el mal. Por el corazón de cada uno de nosotros pasa la frontera entre el bien y el mal, y nadie debe sentirse con derecho de juzgar a los demás; más bien, cada uno debe sentir el deber de mejorarse a sí mismo. Los medios de comunicación tienden a hacernos sentir siempre “espectadores”, como si el mal concerniera solamente a los demás, y ciertas cosas nunca pudieran sucedernos a nosotros. En cambio, somos todos “actores” y, tanto en el mal como en el bien, nuestro comportamiento influye en los demás.” (Benedicto XVI)

“No juzguéis y no seréis juzgados, no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados. Dad y se os dará; una medida buena, apretada, remecida, rebosante pondrán en el halda de vuestros vestidos. Porque con la medida con que midáis se os medirá.” (Lucas 6, 37-38)



María Dolores Rodríguez-Estévez

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