sábado, 10 de diciembre de 2011

Crónica: Inmculada Concepción


En la reunión del grupo del pasado domingo 4 de Diciembre, el tema a tratar fue el dogma de la Inmaculada Concepción.
Según el latín, Inmaculada significa In =”sin”, maculada=”mancha”, es decir sin mancha, sin pecado original. La Inmaculada Concepción de María es el dogma de fe que declara que por una gracia  singular de Dios, María fue preservada de todo pecado, desde su concepción. Este dogma es de origen apostólico, y fue proclamado por el Papa Pío IX el 8 de diciembre de 1854, en su bula Ineffabilis Deus.

     "...declaramos, proclamamos y definimos que la doctrina que sostiene que la beatísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de la culpa original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en     atención a los méritos de Cristo Jesús Salvador del género humano, está revelada por   Dios y debe ser por tanto firme y constantemente creída por todos los fieles..."
    (Pío IX, Bula Ineffabilis Deus, 8 de diciembre de 1854).

Por dogma entendemos una verdad que pertenece al campo de la fe o de la moral, que ha sido revelada por Dios, transmitida desde los Apóstoles a a través de la Escritura, y de la Tradición, y propuesta por la Iglesia para su aceptación por parte de los fieles.
“Dogma” puede ser definido como una verdad revelada definida por la Iglesia. Las revelaciones privadas no constituyen dogmas, y algunos teólogos incluso limitan la palabra definida a doctrinas definidas solemnemente por el Papa o por un concilio general, mientras que una verdad revelada se convierte en dogma aun cuando sea propuesta por la Iglesia por medio de su magisterio ordinario o su oficio de enseñar. El concepto de dogma, entonces, abarca una doble relación: con la revelación divina y con la enseñanza autorizada de la Iglesia.
   
La Concepción es el momento en el cual Dios crea el alma y la infunde en la materia orgánica  procedente de los padres. La concepción es el momento en que comienza la vida humana.
Cuando hablamos del dogma de la Inmaculada Concepción no nos referimos a la concepción de Jesús quién, claro está, también fue concebido sin pecado. El dogma declara que María quedó preservada de toda carencia de gracia santificante desde que fue concebida en el vientre de su madre Santa Ana. Es decir María es la "llena de gracia" desde su concepción.

En Lucas 1:28 el arcángel Gabriel enviado por Dios le dice a la Santísima Virgen María «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.». Las palabras en español "Llena de gracia" no hace justicia al texto griego original que es "kecharitomene" y significa una singular abundancia de gracia, un estado sobrenatural del alma en unión con Dios. Aunque este pasaje no "prueba" la Inmaculada Concepción de María ciertamente lo sugiere.

María , Madre de Dios
Ya en las Catacumbas cavadas debajo de la ciudad de Roma y donde se reunían los primeros cristianos para celebrar la Misa, en tiempos de las persecuciones, hay pinturas con este nombre: "María, Madre de Dios".
Si nosotros hubiéramos podido formar a nuestra madre, ¿qué cualidades no le habríamos dado? Pues Cristo, que es Dios, sí formó a su propia madre. Y ya podemos imaginar que la dotó de las mejores cualidades que una criatura humana puede tener.
Pero, ¿es que Dios ha tenido principio? No. Dios nunca tuvo principio, y la Virgen no formó a Dios. Pero Ella es Madre de uno que es Dios, y por eso es Madre de Dios.
San Estanislao decía: "La Madre de Dios es también madre mía". Quien nos dio a su Madre santísima como madre nuestra, en la cruz al decir al discípulo que nos representaba a nosotros: "He ahí a tu madre", ¿será capaz de negarnos algún favor si se lo pedimos en nombre de la Madre Santísima?
Al saber que nuestra Madre Celestial es también Madre de Dios, sentimos brotar en nuestro corazón una gran confianza hacia Ella.
Cuando en el año 431 el hereje Nestorio se atrevió a decir que María no era Madre de Dios, se reunieron 200 obispos en Éfeso (la ciudad donde la Santísima Virgen pasó sus últimos años) e iluminados por el Espíritu Santo declararon: "La Virgen María sí es Madre de Dios porque su Hijo, Cristo, es Dios". Y acompañados por todo el gentío de la ciudad que los rodeaba portando antorchas encendidas, hicieron una gran procesión cantando: "Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén".
El título "Madre de Dios" es el principal y el más importante de la Virgen María, y de él dependen todos los demás títulos y cualidades y privilegios que Ella tiene.
Los santos muy antiguos dicen que en Oriente y Occidente, el nombre más generalizado con el que los cristianos llamaban a la Virgen era el de "María, Madre de Dios".

La devoción a la Virgen María y España
España se ha distinguido por su gran amor a la Santísima Virgen, como lo proclaman los numerosos templos, capillas y monumentos que se alzan en todo el territorio nacional, las cofradías, hermandades y asociaciones marianas, el mes de Mayo, el Rosario de la aurora y tantas prácticas de religiosidad popular que aún se mantienen.

En el año 1615, los hermanos de la Cofradía del Silencio de Sevilla sellaron, mediante el voto de sangre, defender que «María, Madre de Dios y Señora nuestra, había sido concebida sin mancha de pecado original», y don Manuel Cociña Abella,  ha escrito que el voto solemne de la capital sevillana se efectuó en 1617 en defensa del misterio inmaculado, a la que siguieron otras muchas ciudades. Entre ellas está Salamanca, en la cual, el 17 de abril de 1618, los miembros del Claustro universitario juraron la defensa pública de la verdad de la fe, pidiendo el mismo juramento como condición para recibir grados académicos. El Concejo de la capital charra siguió haciendo ese juramento, y luego el Cabildo catedralicio.

Al fervor mariano de los españoles, que deseaban que tanto interés como se venía expresando a lo largo de los años se culminara con la solemne proclamación del dogma, se sumaron los reyes. Así, Felipe III y su sucesor, Felipe IV, que personalmente o enviando embajadas seguían haciendo la misma petición. Este rey consiguió del Papa Alejandro VII, el 8 de diciembre de 1661, una Bula que declaraba el sentido del misterio que se celebraba el día de la Inmaculada. Las Cortes del Reino, reunidas en Madrid en 1760, pidieron al rey Carlos III que se declarara a la Inmaculada como Patrona de España, lo que se realizó al año siguiente.
La creación artística que se produjo por esos años en torno a esta advocación mariana fue muy abundante, y se reflejó en lo publicado por poetas y escritores.
La Escuela sevillana dio a la Iglesia el modelo de la imagen de la Inmaculada, inspirado en Apocalipsis 12, 1, donde se lee: «Una gran señal apareció en el cielo, una mujer vestida de sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas en la cabeza», y así aparece en algunos cuadros de Murillo, el Greco, Francisco Pacheco, José de Ribera, Zurbarán y otros muchos; en las imágenes talladas por Martínez Montañés, Alonso Cano y Pedro Mena, entre otros escultores.
Con el respaldo de los obispos, una antigua tradición mariana y las oraciones de toda la Iglesia, el 8 de diciembre de 1854, el ahora ya Beato Pío IX definió solemnemente el dogma de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, mediante la Bula Ineffabilis Deus (como se recoge anteriormente). El papel singular que los españoles tuvieron en la proclamación de este dogma lo destacó Juan Pablo II en su primer viaje apostólico a España en 1982, en Zaragoza: «El amor mariano ha sido en vuestra historia fermento de catolicidad. Impulsó a las gentes de España a una devoción firma y a la defensa intrépida de las grandezas de María, sobre todo en su Inmaculada Concepción. En ello porfiaban el pueblo, los gremios, cofradías y claustros universitarios».

Oración a la Inmaculada Concepción
¡Virgen Santísima, que agradaste al Señor y fuiste su Madre; inmaculada en el cuerpo, en el alma, en la fe y en el amor! Por piedad, vuelve benigna los ojos a los fieles que imploran tu poderoso patrocinio. La maligna serpiente, contra quien fue lanzada la primera maldición, sigue combatiendo con furor y tentando a los miserables hijos de Eva. ¡Ea, bendita Madre, nuestra Reina y Abogada, que desde el primer instante de tu concepción quebrantaste la cabeza del enemigo! Acoge las súplicas de los que, unidos a ti en un solo corazón, te pedimos las presentes ante el trono del Altísimo para que no caigamos nunca en las emboscadas que se nos preparan; para que todos lleguemos al puerto de salvación, y, entre tantos peligros, la Iglesia y la sociedad canten de nuevo el himno del rescate, de la victoria y de la paz. Amén.

Manuel Machuca

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